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El paciente de las dos bolas

El ser humano, más específicamente el así llamado hombre, varón, macho y demás definiciones para el ser de las dos bolas entre las piernas, sufre a mi parecer una deficiencia severa. Es una enfermedad a nivel emocional y neurológico; una condición aguda que se sospecha incurable y que afecta mayormente a los hombres entre los 13 y los 100 años. Las causas son desconocidas; según estudios recientes, es posible que esta condición sea hereditaria e incluso que sea innata.

Esta deficiencia es un fenómeno alarmante que se observa en todos los continentes del mundo; incluso se cree que puede afectar al 99,9% de los hombres. El fenómeno se describe como un estado de alucinación severa que se observa más comúnmente cuando el paciente interactúa con humanos del sexo opuesto que están a una altura muy superior a él…en todos los sentidos de la expresión. Entre los síntomas se observan sudoración y salivación excesiva, torpeza, megalomanía, erección involuntaria e hiperactividad eléctrica en los lóbulos frontal y temporal del hemisferio izquierdo del cerebro que controlan las funciones del habla, haciendo que el afectado mienta y hable cosas sin sentido ni importancia sin ser consciente de ello.

Pero lo peor y más preocupante de este fenómeno es que los síntomas se hacen más agudos con los años; es decir, mientras más viejo se hace el hombre, más marcados son los síntomas. Resumiendo y para explicarlo en términos profanos, el hombre simplemente llega a un estado de desconocimiento total de quién es y hasta dónde puede y debe llegar con las mujeres. Un afectado común alrededor de los cincuenta años podrá fácilmente pensar que una mujer está locamente enamorada de él por el simple hecho de haberlo mirado a los ojos.


Queridos hombres: La gente mira a los ojos; es una reacción normal. ¿A dónde más se va a mirar? Ciertamente no a las bolas colgantes que se adivinan debajo de sus pantalones…

 

Un día cualquiera, un hombre de unos cincuenta y cinco años, medio calvo y barrigón revive sus tiempos de adolescencia y efervescencia una noche en primavera y siente cosquillas entre sus bolas al observar a una chica de carnes tiernas y pechos firmes con una copa de vino en la mano que pide permiso para sentarse a su lado en la mesa que tenía para él solo en un bar a reventar.  Solo estaba el hombre allí tomando una cerveza consigo mismo porque a su mujer no le gustan los lugares públicos y menos le gusta salir con él; para pasar un rato agradable prefiere a sus amigas, con quien puede hablar mal de su marido.

La chica abre una conversación con el hombre barrigón y poco a poco descubre que no es del todo desagradable y que a pesar de sus mayúsculas diferencias pueden, en realidad, encontrar temas en común. La chica está pasando por una así catalogada crisis de identidad o un momento de miedos existenciales y temor al fracaso. El hombre lleva años sin tener sexo en su matrimonio infeliz y tiene un trabajo de mierda. Para aliviar su vacío, se gasta el poco dinero que tiene en cerveza, lo cual le ha costado una barriga monumental. La chica está comenzando su vida, un poco tarde a su parecer, y busca respuestas a muchas preguntas. El hombre ya ha vivido tanto y al mismo tiempo tan poco que siente deseos de hablar de su propia inexperiencia e inseguridad, pero para hacer el momento interesante (para la chica) se pone en segundo plano y la deja a ella darle el rumbo a la conversación mostrando gestos de aprobación y admiración, haciéndola sentir especial e inteligente. La chica se siente muy feliz al ver que un hombre “de tanta experiencia” encuentra interesante lo poco que tiene por decir en su corta experiencia en el planeta. El hombre piensa que la chica se está enamorando de él.

Cuando la cerveza y el vino se acaban, él muy caballerosamente (y calculando que le alcance el dinero), invita a la chica a otro trago. Ella lo piensa y agradece, él siente los comienzos de una erección. Mientras llega la orden él habla de sí, de su vida y de lo mucho que sabe y ha aprendido en sus años de maestro. Ella escucha con buenos modales y olvida por un momento sus miedos para dar paso a la “iluminación de la experiencia”. Agradecida y feliz escucha las palabras sabias de aquel viejo mientras piensa en lo bueno que sería llegar a esa edad y tener tanta experiencia y saber tantas cosas como el hombre que tiene al frente y del cual no sospecha una erección inminente.

Él con disimulo le mira el escote y le habla del inmenso corazón que ella tiene y de lo afortunado que es su novio mientras se imagina los pezones de esos senos blancos entre los dientes y tal vez también la mano de ella metida en su pantalón. Sus sueños diurnos se ven interrumpidos por el camarero que les trae la orden. Rápidamente se beben la segunda copa y él quiere invitar a una tercera, pero la chica se resiste y dice que esa ronda la invitará ella. Ella siente que es demasiado abuso permitir que el pobre viejo pague su copa, él se comprueba a sí mismo su teoría de que ella está loca por él y ahora está tomando las riendas, lo cual le place mucho.

Después de un rato de charla, él le toma la mano a la chica y con una expresión noble, casi lastimosa le dice lo feliz y honrado que se siente de haberla conocido y de cómo el destino la puso en su camino como un ángel. Ella, ya sonrojada y nauseada por el alcohol, le dice lo mismo sientiendo que debe reciprocar las atenciones del hombre y trata con una sonrisa de desprenderse de la mano del viejo calvo y barrigón. Él le pide su número; ella lo duda por un momento pero al final se lo da diciéndose a sí misma que no hay problema en ello... ¡el pobre viejo! Los números se cruzan; ella sonríe pensando que fue un buen día y que ya es hora de dormir y él sonríe al confundir su sonrisa con coquetería y deseo mientras piensa con desespero si hay una farmacia cerca donde comprar Viagra...

Le pregunto al lector: ¿Tiene sentido lo que acaba de leer?

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