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Deshojando margaritas

Me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere…

Tengo un vago recuerdo de mi niñez y de las margaritas. Me veo sentada en un prado con una flor en la mano. Vestía unos shorts, pero no recuerdo de qué color eran ni el de la camisa que llevaba puesta. Lo que sí recuerdo es el intenso verde del prado, la hermosa margarita cautiva en mis manos, el brillante amarillo de su centro y la suavidad de sus pétalos blancos. Aún siendo una niña, yo tenía una cierta consciencia ecológica y entendía que destruir las plantas y sus queridas hijas, las flores, era un pecado casi mortal. Sin embargo, y en contra de mis instintos pacifistas y mi carácter benigno, cuando se trataba de margaritas y problemas amorosos, no había Dios ni amenaza con el fuego eterno del infierno capaz de quitarme la obsesión por arrancarles sus pétalos.

Me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere…

Casi siempre terminaba la faena en el pétalo de no me quiere. Mi mente astuta usaba entonces el calvo y triste tallo que aún asía en la mano a manera de último pétalo para hacer que me quisiera. Yo lo tiraba al aire fingiendo creer que nadie me observaba ni el universo notaría que lo que acababa de tirar al viento no era un pétalo y así mi teoría del me quiere se volvería una realidad y mis plegarias serían oídas. Pero yo sabía del engaño, yo era consciente de que me estaba mintiendo a mí misma, que él no me quería, que era mi propio amor por él lo que me mantenía en las nubes, soñando con tardes sumergida en sus ojos verdes, y me convertía en una predadora de la hermosa flora del barrio.

Han pasado más de veinte años y las margaritas siguen perdiendo los pétalos entre mis garras destructoras. Son margaritas imaginarias, por cierto, pero en mi mente sigue allí aquel prado, aquél centro amarillo y sus pétalos blancos. El mismo dolor abrumador en el pecho, la misma ilusión abrasadora de ser amada, la misma incertidumbre del amor-desamor, la misma malicia, los mismos pensamientos. Hoy quiero volver a perderme en el alma de otra alma, hoy siento ese deseo de sumergirme en otros ojos, en aquellos ojos verde-gris que le roban la luz a los míos, dejándome sin horizonte, sin aliento; perdida en un mar de confusiones y de llanto.

¿Me quiere o no me quiere? Mis fantasías se han vuelto de un color escarlata, casi obsceno para ser comparado con los inocentes deseos de la niña de siete años; cuando tomarlo de la mano, encontrarlo “de pura casualidad” en la panadería de la esquina cuando iba a comprar la leche del desayuno o prestarle mi cuaderno de sociales o un lapicero en clase de castellano y literatura eran mis pasiones más secretas. Si algún día me hubiera salido de mis estribos y hubiera logrado darle un beso en la mejilla -pensaba yo- habría sido lo más pecaminoso y atrevido que jamás pudiera haber hecho. ¡Ah, aquellos años de los prados verdes, de margaritas, de juegos con los vecinos del barrio, de coleccionar estampitas llenas de corazones flechados y parejitas de patos y ratones enamorados!

Hoy sigo soñando con que el último pétalo sea el que me dé la sentencia de un amor inspirado, apasionado, arrasador. Mis fantasías han ido creciendo y se han vuelto más claras, menos utópicas; han desarrollado un carácter propio. Imagino manos recorriendo cuerpos deseosos de placer, brazos apretando las carnes de los amantes, masajeando, estrujando. Veo labios carnosos, rojos y húmedos que besan con ardor hasta que sangran de éxtasis, lenguas que acarician pezones erectos, dientes mordiendo muslos, piernas y vientres y que se acercan encantadores a la puerta del placer. (...)

Sus ojos... su boca… el aroma de su piel blanca… ¿Cuánto más debo aguantar la tortura de mis fantasías? ¿Cuántas vidas más debo esperar para poder quemarme en el fuego de su cuerpo? Quiero quemarme, quiero sangrar de pasión, que ardan mis quemaduras, que sangren mis heridas para que él las cure con la saliva de su lengua inescrupulosa. ¡Mete tus dedos en mis llagas, hurga en los dolores de mis penas y sálvame! ¡Amante esperado por tantas encarnaciones, ven, tómame en tus brazos y llévame lejos! ¡Llévame a tu cama, llévame a tu balcón, llévame a la puerta del paraíso con tu pasión innata y tus besos de experto! ¡No me abandones en este desierto de deseos insatisfechos y sueños sin realizar! ¡Ámame como yo te amo, mírame como yo te miro, tócame de la manera que imagino todas las noches cuando (me duermo) pensando en ti!

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