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Soneto del Adiós

Hermosos son los recuerdos que me quedan de ti; los días de lluvia, las noches en verano y tus muslos calentando mis pies siempre tan fríos. Recuerdo las conversaciones que tuvimos a medias, los besos a medias y nuestra pasión desbordada…a medias.
Todo quedó a medias entre los dos. Nuestra única tarea fue conocernos y no la llevamos a cabo. Todo lo hicimos a medias y así quedará hasta que nuestra mente borre, a medias, los pedazos de recuerdos que te queden de mí y los restos de un amor ya muerto en mi alma.

Me queda el recuerdo de tus besos en aquellas noches tan largas en las que no dormía por mirarte; en las que juraba estar soñando la belleza de tus mejillas, el canto de tu respiración. Me quedan el eco de tu voz, tu sonrisa y el recuerdo de aquellas manos tan suaves recorriendo mi cuerpo desnudo. Me queda el consuelo de haberte amado, de haber luchado por amor…el amor de un hombre que no sabe amar. En mis manos queda el fantasma de tu piel, el aroma de tu cabello negro entre mis dedos y el recuerdo de tu pasión entre mis piernas. Tu suave voz me robó la cordura un día y el brillo de tus ojos me embrujó los sentidos dejándome ciega, sorda y muda.

Estuve ciega, sí. Nevaba la noche en que nos conocimos. Mis ojos estaban fríos y cansados del gris del invierno y añoraban el  blanco de una sonrisa, el verde de una mirada, el rojo de la pasión. Te conocí y mis ojos se cruzaron con los tuyos. La noche transcurría ante nosotros y, sin embargo, fuimos ajenos a ella, estábamos absortos en los colores dichosos de aquel encuentro. Mis ojos se cruzaron con los tuyos y allí se quedaron anclados, presos, delirantes. Deslumbrados estaban con el residuo de luz que quedaba en los tuyos y que iluminó mi senda hacia el dolor, la cual caminé sola, tan sólo guiada por mi ceguera.

Estuve sorda, sí. La música sonaba muy fuerte aquella noche. Aquel salón lleno de gente que no pareaba de hablar ni de reír. ¡La risa! Aquella manifestación extraña que libera las emociones a carcajadas. Mucho tiempo había pasado sin que yo riera, semanas, meses, tal vez años. Y aquella fría noche blanca, en medio de la risa de los otros, mis oídos encontraron tus palabras y allí se quedaron anclados, presos, delirantes.una canción desesperada se me escapaba entre los labios mientras de sed moría. Mis labios encontraron los tuyos y se quedaron allí anclados, presos, delirantes.

Mi corazón aún canta canciones de amor inspiradas en aquellas largas noches compartidas, pero, amor, ya no puedo entregártelo más. Ya no más. Nunca más. Lo siento, amor. Tú has destruido mis sentimientos por ti. Dispuesta estuve a escucharte, a comprenderte, a aceptarte; pero tú lo destruiste todo.
Te di todo el amor que tenía, te di más amor del que tenía para dar. Vacía he quedado contigo y vacía me quedo sin ti. Vacía y triste, y siento rodar lágrimas por las mejillas de mi alma al recordarte. Siento como la brisa entra en mi cuerpo y refresca las quemaduras que me dejó tu piel. Ese frescor me convence de tu locura y de la mía y me da fuerza para seguir, para aceptar que no puedes ser mío, que no te quiero mío.

Pero te extraño. Extraño tu fuego quemándome, extraño la sensación de estar perdida en un callejón oscuro sin fin. Extraño mis tardes inspirada por el dolor y el desespero de no tenerte. Ahora todo es hielo, ahora todo es nada; la muerte vive y mi calor desaparece. De mis ojos desaparecen las lágrimas. En mis labios mueren las palabras. En mis brazos ya no hay fuerza para sostenerte y mi cuerpo te rechaza.

Perdóname, amor; he dejado de amarte con la pasión de las horas primeras, he dejado de sentir tu corazón latir en mi pecho y he dejado de soñar con tu piel y tu aroma. De ti sólo recuerdo aquella lágrima que dejaste escapar esa tarde cuando nos quisimos en silencio.
Adiós, amor; sé feliz y olvídame. Quiero que tu recuerdo se borre de mi mente y tal sólo quede un hilo de oro que una tu corazón al mío, un hilo invisible que nunca más encuentre en mis sueños. Te digo adiós, amor, porque me hace daño tu presencia. Vuelve a tu alma y yo volveré a la mía. Suficiente he sufrido en la lucha por ganar tu corazón. Suficiente tiempo he vagado ciega, sorda y muda. ¡Quiero ver el sol brillar de nuevo! ¡Quiero oír de otros labios la melodía correcta, las palabras adecuadas, el tono adecuado y no sólo canciones desesperadas! ¡Quiero cantar mi vida y ser feliz…sin ti! ¡Libre al fin quiero ser…sin ti!

Estuve muda, sí. Las palabras me salían desbordadas, en desorden, sin sentido. Muda, en éxtasis y dispuesta, dejé llenar mi boca con tu belleza, que durmió mi lengua y la dejó inútil. En vano traté de entonar la melodía correcta, de hallar las palabras adecuadas, alcanzar el tono adecuado, pero sólo una canción desesperada se me escapaba entre los labios mientras de sed moría. Mis labios encontraron los tuyos y se quedaron allí anclados, presos, delirantes.

Mi corazón aún canta canciones de amor inspiradas en aquellas largas noches compartidas, pero, amor, ya no puedo entregártelo más. Ya no más. Nunca más. Lo siento, amor. Tú has destruido mis sentimientos por ti. Dispuesta estuve a escucharte, a comprenderte, a aceptarte; pero tú lo destruiste todo.
Te di todo el amor que tenía, te di más amor del que tenía para dar. Vacía he quedado contigo y vacía me quedo sin ti. Vacía y triste, y siento rodar lágrimas por las mejillas de mi alma al recordarte. Siento como la brisa entra en mi cuerpo y refresca las quemaduras que me dejó tu piel. Ese frescor me convence de tu locura y de la mía y me da fuerza para seguir, para aceptar que no puedes ser mío, que no te quiero mío.

Pero te extraño. Extraño tu fuego quemándome, extraño la sensación de estar perdida en un callejón oscuro sin fin. Extraño mis tardes inspirada por el dolor y el desespero de no tenerte. Ahora todo es hielo, ahora todo es nada; la muerte vive y mi calor desaparece. De mis ojos desaparecen las lágrimas. En mis labios mueren las palabras. En mis brazos ya no hay fuerza para sostenerte y mi cuerpo te rechaza.

Perdóname, amor; he dejado de amarte con la pasión de las horas primeras, he dejado de sentir tu corazón latir en mi pecho y he dejado de soñar con tu piel y tu aroma. De ti sólo recuerdo aquella lágrima que dejaste escapar esa tarde cuando nos quisimos en silencio.
Adiós, amor; sé feliz y olvídame. Quiero que tu recuerdo se borre de mi mente y tal sólo quede un hilo de oro que una tu corazón al mío, un hilo invisible que nunca más encuentre en mis sueños. Te digo adiós, amor, porque me hace daño tu presencia. Vuelve a tu alma y yo volveré a la mía. Suficiente he sufrido en la lucha por ganar tu corazón. Suficiente tiempo he vagado ciega, sorda y muda. ¡Quiero ver el sol brillar de nuevo! ¡Quiero oír de otros labios la melodía correcta, las palabras adecuadas, el tono adecuado y no sólo canciones desesperadas! ¡Quiero cantar mi vida y ser feliz…sin ti! ¡Libre al fin quiero ser…sin ti!

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